Thursday, November 27, 2014

Cuando éramos soldados


            En la película, protagonizada por Mel Gibson, el Teniente Coronel Moore, en su arenga inicial a la tropa lista para desplegarse,  les manifiesta: “sólo puedo prometerle dos cosas. La primera: Seré el primero en avanzar y el último en retirarme del campo de batalla. Y la segunda, les doy mi palabra de honor, que todos, vivos o muertos, regresarán a casa”

           Si esa es la promesa de un soldado líder a su tropa, cuanto más no debe ser la promesa cristiana de los líderes a su iglesia local, y a la gran iglesia de Cristo en general.

          Pero no es así.

           Y trascribo estas palabras del autor Robert Barriger, porque difícilmente podría explicarse mejor:

“Existe un dicho triste dentro de la iglesia evangélica: «Somos el único ejército que abandona a sus heridos», especialmente cuando se trata de ciertos pecados. Tratamos el divorcio como si fuera el pecado imperdonable del Espíritu Santo, o el adulterio como una sentencia de muerte. No obstante, aplaudimos al reo más vil que se convierte, y el drogadicto que llega a los pies de Cristo puede contar su testimonio libremente; pero al cristiano que ha caído le damos el tiro de gracia.

Como esos 700 hombres escogidos que fueron heridos en el campo de batalla. La Biblia dice que los que son espirituales en la iglesia, restauren y sanen a aquellos que han sido heridos (Gálatas 6.1). ¿Por qué? Porque una vez heridos pueden desarrollar «el ojo del tigre» y pueden ser de gran valor para alertar a los demás en la iglesia de cómo ataca el enemigo.

Hay otro término militar que se llama «fuego amigo». El fuego amigo puede ser una de las cosas más desalentadoras para un ejército. Fuego amigo es cuando, en medio de la confusión de una batalla, un soldado es muerto por alguien de su propio batallón, sucede muchas veces, y siempre es triste… ¿Puede imaginar a un padre cuando recibe la noticia de que su hijo murió en la batalla, pero no por el enemigo, sino por un soldado que era su amigo? Es triste cuando vemos fuego amigo dentro de la iglesia, especialmente cuando no es por accidente, cuando las personas «justificadas» por una arrogancia espiritual, sienten que tienen el derecho de juzgar a otros, quienes según ellos están equivocados.

El fuego amigo, en el contexto de la iglesia es doloroso. David mencionó esto cuando estaba recordando el ataque de un enemigo; él decía en Salmos 55 que si fuera su enemigo o su adversario el que lo atacaba lo podía entender, pero él dijo que la traición más grande que sintió fue cuando el ataque vino por un amigo. 
En los versículos 13 y 14 dice: «Antes íbamos a la iglesia juntos, antes tomábamos la cena en la casa de Dios juntos y caminábamos en celebración y ahora tú que fuiste mi amigo eres quien hace la herida más profunda» (paráfrasis). ¿Por qué en la iglesia somos tan desleales? Debemos entender que tenemos un solo enemigo, y no está sentado en la congregación con usted, tampoco está en la congregación de la esquina. Hay un diablo que nos odia y un Dios que nos llama a rescatar a los que han sido heridos por este mundo. ¡No permita fuego amigo dentro de la congregación!

Qué fácil es criticar cuando cae alguien «grande», por la ver- güenza que trae a la iglesia; pero miren el corazón del rey David, que cuando cayó su atormentador, el rey Saúl, David rasgó sus ro- pas, lloró y dijo: «Cómo han caído los grandes, no lo digas en Gad, no lo digas en Gad» (2 Samuel 20, paráfrasis). ¿Por qué David decía no lo digas en Gad? Gad era una ciudad de los filisteos, Goliat era de Gad, y lo que David lamentaba es cómo el mundo (Gad) se burlaba por la caída de los grandes (Saúl).

Recuerde, la iglesia tiene un enemigo, sus armas son reales y habrá heridos; es más fácil sanar a un soldado herido y devolverlo a la batalla que entrenar a un nuevo soldado. Seamos un pueblo restaurador, porque Dios es un Dios restaurador.

Tomado del libro Iglesia Relevante © 2014 Robert Barriger Publicado por Editorial Vida. ISBN: 978-0-8297-6599-1 Usado con permiso de Editorial Vida.

Tu hermano en Cristo
Roosevelt Jackson Altez