“ Apareció en el cielo una gran señal: una
mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una
corona de doce estrellas. 2 y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en
la angustia del alumbramiento. 3 También apareció otra señal en el cielo: he
aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus
cabezas siete diademas; 4 y su cola arrastraba la tercera parte de las
estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a
la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como
naciese. 5 Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a
todas las naciones…”
Se han escrito muchas interpretaciones sobre la
mujer encinta que huye al desierto, y es perseguida por el dragón, unas más
disparatadas que otras.
Tratando de aclarar la verdadera significación
del personaje, hemos escudriñado las escrituras, y éstas nos aclaran quién era,
o es.
En el hebreo bíblico, las naciones son representadas,
a veces como montañas, “’har” o como “’humma”, que significa personas y “’em”,
es decir “madre”.
La Biblia compara a las naciones como mujeres
encinta, con su marido, con las naciones en vías de engendrar y la deidad
(marido).
Acá ingresamos la interpretación, que, en
nuestro raciocinio bíblico, es la más acertada de las que encontramos: Toda vida nace en dolor “Génesis 3:16”, pero termina
allí; la iglesia está en dolores de parto desde que Cristo la creó para ser la
portadora del Evangelio, la buena nueva de salvación. Le fue encomendada la
tarea, la Gran Comisión. Y sus dolores no han cesado desde entonces. La vida de
la Iglesia es mostrar a Cristo al mundo, y esto no significa que encontrará dificultades,
sino que vivirá continuamente con “dolores de parto”. Como las angustias del
alumbramiento sólo se alivian al dar a luz, así la iglesia no cesará su sufrimiento
hasta que el Evangelio haya sido proclamado hasta lo último de la Tierra. El amor
de los apóstoles por Cristo los contristó, y el Poder del Espíritu Santo
encendió el fuego de la Palabra en ellos, al punto de, como lo dijo Pablo: “Ay
de mi si no proclamo el Evangelio” (Adaptada de el comentario de Ellicotts)
Cristo se formó, entró a vivir en ellos.: “El
que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada con él.” Juan 14:23
La Iglesia, dando cumplimiento a la misión para
la que fue creada, no cesará en experimentar dolores hasta que vuelva su Señor.
Este es el significado de la mujer encinta: la
Iglesia dando cumplimiento a la Gran Comisión, mientras vive de acuerdo a los
mandamientos, permanece en Cristo. El trabajo de parto, presente hasta los
últimos días. La Iglesia, mujer encinta, recibe a Cristo, le ama y le obedece.
Mediante su esfuerzo en amor, permanece en dolores de parto, mientras se
transforma a Su Imagen, por el poder del Espíritu de Dios.
La oposición es permanente porque el enemigo
está permanentemente al acecho para destruir todo lo que sea a la imagen de
Cristo, dondequiera que aparezca.
El figurado nacimiento de Cristo no es porque
la Iglesia sea la madre, sino porque en sus integrantes: “el Amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones” Romanos 5:5
Ese amor produce todo tipo de enfrentamientos
con el mundo, basta con leer el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros
os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan
testimonio de mí;” Juan 5:39