Thursday, December 20, 2012

Pérdidas costosas




Si perder una fortuna de gran valor nos causa desazón; las pérdidas que involucran sentimientos son todavía más dolorosas. ¿Y qué de la pérdida, aunque sea temporal de alguien que amamos?
Y más ¿Y qué sentiríamos si se ha puesto a nuestro cuidado a alguien extremadamente valioso, ya sea para la sociedad, ya sea para una nación; y lo  perdemos de vista? Y no podemos hallarlo.
Además de meternos en un gran lío, nos sentimos mal, muy mal.
¿Y que si lo perdimos porque lo llevamos a una celebración con nosotros, y nos pusimos a conversar, a alternar con personas que hacía un año que no  veíamos, a admirar los músicos, los bailes, las canciones?
¿Cómo nos sentiríamos?

La pascua judía, de ser un recordatorio de la libertad obtenida de la esclavitud egipcia, pasó a ser, con el correr de los años, una fiesta más, un motivo de  diversión, de alegría colectiva.

Así lo cuenta la Biblia en Lucas 2:41, prestémosle atención. Leamos más allá de las palabras, vivamos el momento:
                  “Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta.
Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole.
Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas.
Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.
Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?
Mas ellos no entendieron las palabras que les habló”


Los padres de Jesús fueron, como todos los años, a Jerusalén. Prepararon bien el viaje porque iban a pasar más de un día, se reunieron con familia y amigos para formar un grupo voluminoso, para no ser fácil presa de los ataques de ladrones y criminales.
Emprendieron la marcha, llegaron, y se unieron a la fiesta.
Y claro, cuando terminó la parranda, había que volver. Notemos que ni María ni José se percataron que Jesús no estaba con ellos. En el calor de la fiesta lo habían perdido de vista, y ni se habían dado cuenta. Tal es así que iniciaron la marcha sin él. Es más, pasó todo un día sin que advirtieran que el Hijo de Dios, puesto a su cuidado, no venía con ellos.
Ahora, acá no termina el asunto. Volvieron a Jerusalén y allí: ¡lo buscaron por tres días!
-¿Captaste? Tres Días.
¿Y dónde lo encontraron?  Vuelve atrás y confirma.
En el Templo.
Recién al tercer día se les ocurrió ir al lugar donde naturalmente tenía que estar.


Hagamos una pausa.

Tanto a María como a José se les había comunicado claramente quién era aquel niño. Todas las circunstancias, su nacimiento virginal, las profecías al octavo día por parte de Ana y de Simeón, lo pusieron muy en claro, aquel era el Cristo, el Hijo de Dios.
Antes del nacimiento, el ángel le dijo a María: “ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.
Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre;
Y a José: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS,  porque él salvará a su pueblo de sus pecados”

Volvamos al relato.
Se supone que en aquella fiesta, la gran figura era Dios, quien los había sacado del yugo de Egipto, entonces, lógicamente, toda la celebración tenía que girar en torno al templo.
Pero no era así. Recordaban la fiesta pero no el porqué.
Otro detalle, cuando encontraron a Jesús, ¡lo culparon por extraviarse!
Le dijeron: ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.

No, no me malentiendas.
Acá el asunto no es culpar a José ni a María.
Es aprender de lo que sucedió.
Y viene muy al caso en esta temporada de celebraciones, donde la fiesta central es Navidad.
Navidad, natividad, nacimiento. ¿De quién? De Cristo.
Tal como los padres terrenales de Jesús, la inmensa mayoría de nosotros olvidamos de que se trata la celebración. Subimos a la fiesta a festejar, pero perdemos de vista al agasajado.
Hemos perdido a Cristo.

Y los pocos que le buscamos no sabemos dónde está. Nos lleva mucho más tiempo encontrarlo que perderlo, y eso, si lo encontramos.
No lo buscamos en el templo, porque el templo está cerrado.

Pero un momento: ¿Dónde está el templo?
Ni sabemos dónde está. Tal como José y María no entendemos nada.
Y eso que está muy cerca, o debería.

Está en nuestro corazón, en nuestro espíritu, cuidando de los asuntos de Padre.
¿Y cuáles son los asuntos del Padre?, nos preguntamos.
-Nuestra salvación.

Feliz Navidad
Bendiciones
Te saluda
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez

edicionesdelareja@gmail.com
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