Es un camino que
recorremos con pesados fardos sobre nuestras espaldas. Cargas que nos
dificultan el andar, que enlentecen nuestros pasos. Jesús lo sabe y nos invita
a dejar las cargas a sus pies y cargar en cambio, su liviano yugo.
En este camino de la
vida tomamos decisiones; nos enfrentamos a bifurcaciones del sendero donde
debemos decidir si tomamos a derecha o a izquierda. Y como nunca hemos pasado
por allí, nuestra razón, nuestra mente, estudia las opciones antes de elegir. Y
tal como sucede en un cruce de caminos natural, estudiamos cuál de los que
podemos tomar tiene mejores veredas, está pavimentado, tiene menos subidas, si
es escarpado o no. Y por supuesto, elegimos aquel que se ve más atractivo,
menos duro, más nivelado.
Pero antes de continuar
con el paralelismo, debemos aclarar que hay una diferencia importante con el
ejemplo dado. En un sendero o carretera natural, si nos equivocamos existe la
posibilidad de volver atrás y seguir por el otro camino, por la opción que al
principio desechamos. Pero en la vida no es así, primero porque el tiempo no deja
de transcurrir, segundo porque lo que hacemos no puede ser desecho. Nuestras
malas decisiones acarrean consecuencias que no pueden borrarse. No podemos dar
un giro de ciento ochenta grados en la vida. Sólo podemos redirigir nuestros
pasos para tratar de encontrar aquella ruta que rehusamos tomar en primer
lugar.
Y algunos ya experimentamos
que no el camino más atractivo, menos duro en apariencia, es el mejor.
Jesús lo enseña así: “Entren
por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la
puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la
encuentran” Mateo 7:13-14
Es duro levantarse
temprano a trabajar, sabiendo que al final del día lo que ganemos apenas
alcanzará para pagar la renta y comer; (¿dije apenas?, perdón), más gustoso
es quedarse bebiendo cerveza hasta tarde, conversando con los amigos (¿dije más
gustoso?, perdón), y preocuparse mañana por lo que ha de venir.
Si mentimos,
pretendemos cubrir nuestras faltas, si robamos, pretendemos apoderarnos de lo
que no ganamos. La puerta ancha, o el camino ancho, lo son en apariencia.
Pero sigamos con
nuestro deambular por ese sendero.
Digamos que hemos
llegado a un lugar donde el camino se bifurca. Hay dos opciones. Miramos al de
la derecha y vemos que es cuesta arriba, que su superficie es irregular y que
hay piedras en abundancia, maleza a los lados con espinas que pueden herirnos la
piel, o rasgarnos el vestido. En cambio el que sigue hacia la izquierda es
ancho, parejo y bien nivelado. Claramente, la mejor opción es el de la
izquierda. Agreguemos que llevamos en nuestra espalda nuestras pertenencias,
para nosotros muy valiosas. Si tomáramos el de la derecha, tendríamos que dejar
algo de nuestra carga, y todo es importante para nosotros, no podemos
deshacernos de estos tesoros. Es más, no es sólo el valor, hay algunos de los
que tenemos miedo de desprendernos, que en realidad no sabemos si nos sirven o no,
pero ¿qué haríamos sin ellos?.
Como en el dibujo de
arriba, elegimos el de la izquierda. Pero es tan sólo cuando damos el primer
paso que nos damos cuenta de que alguien nos estaba observando, sentado junto a
un peñasco, medio oculto por la sombra de un árbol, justo en la separación de las dos vías.
El silencioso
observador seguro nos vio acercarnos y presenció nuestra lucha interior por
decidir. Pero no abrió su boca hasta que retomamos la marcha.
Entonces nos
preguntó:
-¿Estás seguro que esa
es la mejor decisión?
Nos sorprende la voz. Sin dar demasiada importancia
a su apariencia, respondemos casi sin pensar:
-¿Por qué no?
-Porque ese camino no lleva a ningún lado. Termina
en un gran abismo que se supone que debía ser atravesado por un puente que
nunca fue construido. La promesa de un gobernante mentiroso, que no tenía los
medios para tender el puente, ni la voluntad. Un engaño premeditado. Él y su
administración se limitaron a hacer el camino y no colocaron ninguna señal de
advertencia.
Y agregó:
-Casi todos toman ese camino. Ninguno vuelve.
A esta altura tú piensas: ¿Son solo patrañas o es
verdad lo que dice?
Y le preguntas:
-¿Tú como sabes?
-No necesito decirte como sé, pero te puedo avisar
que conozco los dos caminos y que no tengo necesidad de advertirte sobre nada.
Lo tomas o lo dejas; de todos modos, siempre va a ser tu decisión.
Dicho esto, se levanta y se va, y te deja a solas
para que decidas.
Tú y tu
carga.
Y hasta aquí llega el ejemplo.
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Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Altez
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