Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré;
Que esté yo en la casa de Jehová todos los días
de mi vida,
Para contemplar la hermosura de Jehová, y para
inquirir en su templo.
Salmo 27:4
El
contenido de la oración es el combustible que enciende el fuego del sacrificio
agradable al Señor. Y a menudo la leña está mojada.
Para entrar
en tema y a título de ejemplo: supongamos que estamos viendo una película apta
para todo público, con bajo contenido de violencia y una trama interesante. Una
vez que termina y antes de irnos a dormir, nos disponemos a orar, leemos el
pasaje bíblico del día, un salmo y comenzamos. Cuidadosamente nos humillamos
delante de Dios, pedimos perdón por nuestros pecados, alabamos su santidad y
nos recordamos en voz alta del sacrificio de Cristo. Tenemos de antemano
pensado lo que íbamos a pedir y lo hacemos.
Pero no
sentimos nada.
Y ese es un
gran problema.
Es la falta
de deseo genuino, desde lo más profundo, insustituible. Es el anhelo
insaciable de estar en la presencia de Dios, de sentirlo, de tener la seguridad
que está ahí, que nos escucha. Es sentir su amor.
Esa actitud
contiene elección, voluntad, y fuego.
¿Qué fuego?
—“¿No ardía
nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos
abría las Escrituras?” Lucas 24:32
Ese fuego.
El ardor de
corazón, provocado por digerir el libro, es decir, hacerlo parte de nuestro
momento, entrar en el mismísimo asunto. Sumergirnos en el rio de Dios.
La oración
que tiene estas características es genuina y específica.
Es el deseo
santo ayudado por la dedicación plena, es la absorción de lo leído. Es vivir la Palabra.
Si lo
hacemos dedicadamente, transitamos de lo real a lo espiritual, y entendemos
nuestras necesidades en ese precioso ámbito, y nuestro deseo de comunicarnos crece. Sin darnos
cuenta hemos entrado en la presencia de Dios, en la hermosura de su Santidad.
Los seres
humanos pensamos todo el día, aun sin querer. Tenemos que detener la vorágine y
conducir nuestra mente. Debemos hacerlo en forma puntual, con la intención de sumergirnos
en las profundidades del espíritu.
Decía el
rey David en el Salmo 42: “Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas”
En esas
circunstancias la oración es genuina, es un clamor, como cuando “el ciervo
brama por las corrientes de las aguas” (Salmo 42:1)
Nos salva
de divagar con nuestros pensamientos hacia lagunas insípidas, alejados del Rio
de Dios.
Bendiciones
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Tu hermano
en Cristo
Roosevelt Jackson
Altez. M.T.E.
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