Muy frecuentemente en la Biblia leemos palabras tales como:
" Pero Jehová había dicho a
Abram:.." Génesis 12:1
“ …vino palabra de Jehová al sacerdote Ezequiel…” Ezequiel 1:3
“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las
hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.” Mateo
7:24:
Debemos preguntar, y al leer la pregunta (o escucharla), no apresurarnos a contestar.
Es un desafío porque estamos siempre listos para responder. Pero
es absolutamente necesario.
Así que rumiemos la pregunta:
¿Qué es la palabra de Dios?
¿Dónde se encuentran las palabras de Dios?
Salta la respuesta de la boca del insensato, apenas llega a sus oídos:
"La Biblia es la Palabra de Dios".
Preguntemos de nuevo, porque todos hemos conocido defensores de la Biblia como la Palabra de Dios a quienes seriamente dudamos en llamar santos. pues muchos de ellos tienen la habilidad de demostrar lógicamente lo que, según la Biblia, nunca ocurrió .
Una vez advertidos, nos atrevemos a responder cautamente:
"La Biblia contiene la palabra de Dios".
Esta es una falacia muy ingeniosa y conduce a un tipo místico de vida
religiosa que, al ser "especial", rápidamente se vuelve falsa, es decir, toda la práctica, estados de ánimo, trances, es creada por el yo, el alma independiente del espíritu.
“…entendiendo primero esto,
que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada,” 2 Pedro 1:20
La Biblia es la Palabra de Dios solo para aquellos que han nacido de lo
alto y que caminan en la luz. Nuestro Señor Jesucristo, la Palabra de Dios, y
la Biblia, se mantienen o caen juntas, nunca pueden separarse sin consecuencias
fatales.
La actitud de un hombre hacia nuestro Señor determina su actitud hacia
la Biblia. Las "palabras" de Dios para alguien que no ha nacido de lo
alto no tienen importancia. Para él, la Biblia es simplemente una notable
compilación de literatura: eso es todo, y no hay más que eso.
Toda la confusión surge de no reconocer la verdad planteada en toda la
Palabra, pero más específicamente en los Evangelios.
Para el ser humano nacido de lo alto, la Biblia es el universo de la voluntad
revelada de Dios.
Debemos tomarlo muy personalmente: La Palabra de Dios para mí siempre se
ajusta a mi carácter espiritual; aclara mi responsabilidad ante Dios y mi
individualidad aparte de Él.
Para eso sirve esta cita de principios del siglo XX del “Spectator
Archive”, titulada: "La Mente de Cristo":
“Si nos negamos a contemplar el Evangelio en su totalidad y a utilizar nuestra razón; si insistimos en hacer de Cristo lo que Él claramente rechazó ser, un gobernante y un juez, en lugar de reconocerlo como la Luz del Mundo, podríamos establecer tiranías tan malas como, o peores que las instituidas por el dogmatismo romano. No habrá nuevos Torquemadas, pero cuánto sufrimiento puede ser causado por un nuevo Tolstoy.
Sobre frases aisladas de Jesús se
pueden construir sistemas absolutamente contradictorios, con el fanatismo natural del hombre.
El Espíritu de Cristo continúa: "atrayendo a todos los
hombres". "¿Quién ha conocido la mente del Señor?" "Pero nosotros
tenemos la mente de Cristo", dijo San Pablo; y nuevamente, "Tengan en
ustedes la misma actitud que tuvo Cristo Jesús".
Seamos cautos, no confundamos; la indiferencia es peor que el fanatismo.
Esta se enorgullece de su moderación, pero se opone aún más a la mente de
Cristo.
Lo que se aplica en nuestra actual dispensación es exactamente lo mismo
en principio que se aplicaba en la antigüedad: “los puros de corazón ven y oyen
a Dios”. Las profundidades asombrosas de la voluntad de Dios, rebosantes de
misterios insondables, llegan a las orillas de nuestra vida común, no en
emociones y fuego del cielo, ni en votos, ni en agonías y visiones, sino de una
manera tan simple que la necedad no entiende, pero es inequívoca, porque se
recibe a través de palabras.
Está sumamente claro en Deuteronomio 32:46-47: " y les dijo:
Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que
las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras
de esta ley. Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta
ley haréis prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el
Jordán, para tomar posesión de ella.”
Y nuestro Señor lo dice en Marcos 4:14, “El sembrador es el que
siembra la palabra."
Tan pronto como cualquier alma nace de lo alto (“Lo que es nacido de
la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”), la
Biblia se convierte para él en el universo de los hechos revelados, así como el
mundo natural es el universo de los hechos del sentido común. Estos hechos
revelados son palabras para nuestra fe, no cosas. La etapa de la guía divina a
través de las palabras de Dios se alcanza cuando el alma comprende que, a
través de las tribulaciones de una vida elegida, el Espíritu de Dios habla en
el entendimiento de Su Palabra, algo que el nacido de nuevo nunca antes había
conocido.
Si cualquier alma se da en enseñar lo que no ha adquirido a través del
sufrimiento, casi seguro traerá tribulación que, o bien destruirá, o llevará a un
entendimiento personal de la palabra que enseña. La guía divina a través de la
Palabra indica una preparación profunda y personal del corazón. Las palabras de
Dios están selladas, y si no son abiertas por el Espíritu de Dios que habita en
nosotros, el alma permanece en la ignorancia pedante y soberbia, sustituyendo
con lo humano, lo que se le niega desde lo divino. Con frecuencia el alma
individual tiene que aprender a través de una experiencia amarga y, en cierto
sentido innecesaria, lo que puede recibir por obediencia divina.
Continuaremos en la siguiente “Parte 2” de esta reflexión
(Esta reflexión ha sido elaborada y adaptada luego de un cuidadoso estudio de La disciplina de la guía divina" de Oswald Chambers)
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Tu hermano en Cristo
Roosevelt Jackson Altez
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