Al vencedor, conferiré una piedra blanca, y
sobre la piedra estará inscrito un nuevo nombre, que nadie conoce sino aquel
que lo recibe. - Apocalipsis 2:17
Hay
mensajes bíblicos ocultos a los ojos de aquellos que no pueden ver más allá del
simple significado del texto. Los profundamente dedicados a entender el
simbolismo de las expresiones, se adentra en la esfera espiritual donde Jesús, eximio
Maestro, sublimó la enseñanza de lo eterno a través de lo lógico; por ejemplo: en
el pasaje completo que culmina con la frase: "Así que, si la luz que hay
en ti es oscuridad, ¡cuán grande es la oscuridad!"
Los
discípulos recibieron la enseñanza, y la aplicaron cada uno de acuerdo a su
personalidad. Juan, el receptor de Apocalipsis, se impregnó superlativamente de
lo inspirado por el autor, por el mismísimo Verbo, el Logos. Así, su mente,
corazón y alma trabajaron incorporando en las expresiones, para hacerlas
inteligibles; objetos, ideas y cosas, algunas tomadas prestadas del Antiguo
Testamento, y otras, de la multicultural civilización en que vivió. El “discípulo
que el Señor amaba” expresó lo que sabía y atestiguó lo que había visto.
La
piedra blanca.
El
color blanco representa pureza, brillo, santidad. Esta piedra tiene las
características de una joya. En su superficie está escrito el nuevo nombre del
receptor. Todo lo viejo quedó atrás, todo está hecho nuevo, el nombre no está
relacionado con la vida anterior, la vieja, la que se dejó con el cuerpo. Este
nombre es lo que Dios ve en el nuevo hombre, en el individuo con el cuerpo glorificado,
y solo el Creador conoce a cada uno profundamente. Por eso el nombre que nadie
conoce. El que lo recibe sabe que es para él porque contiene místicamente su nueva
personalidad, la comunicación, el mensaje de Dios a la nueva criatura.
¿A
quién se le otorga este nombre? Al vencedor. ¿Cuándo se le otorga? Cuando ha
vencido. ¿Acaso Dios no sabe entonces qué va a llegar a ser un hombre? Sí, tan
cierto como ve el roble que está escondido en el corazón de la bellota.
Entonces,
¿por qué espera hasta que el hombre se haya convertido en un vencedor antes de
decidir cuál será su nombre?
Dios
conoce su nombre desde el principio. Pero el hombre tiene que convertirse en
ese nuevo ser, tiene que evolucionar a lo que el Todopoderoso, omnisciente ya
conoce desde antes de la fundación del mundo. Abraham no sabía que Dios iba a
parar su brazo cuando bajaba con el cuchillo al corazón de Isaac, Dios sí. Pero
el patriarca tenía que vivir el alcance de su fe.
El
hombre solo se da cuenta del perdón en el arrepentimiento; de la misma manera,
solo cuando el hombre se ha convertido en su nombre, Dios le entrega la piedra
con el mismo grabado, porque solo entonces puede entender lo que significa.
El
morir a nosotros mismos debe suceder antes de la muerte natural. Y el sufrido
proceso de la vida debe conducirnos por los valles de muerte a las montañas de victoria
que jalonan nuestro deambular por este mundo terrible. Ese es nuestro
sacrificio, nuestra sangre derramada en pos de lo supremo. Aprende cada uno a amar
al Padre en una forma diferente a su hermano, a su prójimo, es su relación
personal con el Padre, con fracasos, renuncias, y en cada uno de ellos, la
misericordia restañando, sanando, santificando. Para cada uno, Dios tiene una
respuesta diferente. Con cada hombre tiene un secreto, el secreto del nuevo
nombre. En cada hombre hay una soledad, una cámara interior, su vida peculiar
en la cual solo Dios puede entrar.
Al
ser creado por Él, cada hombre está aislado con
Dios; cada uno, en cuanto a su particular creación, puede decir "mi
Dios"; cada uno puede venir a él solo y hablar con Él cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Cada uno tiene en su
interior el secreto de la Divinidad; cada uno está creciendo hacia la
revelación de ese secreto para sí mismo, y así, hacia la plena recepción de lo
divino.
Cuando
caigamos en la cuenta de lo que Él piensa de nosotros se desvanecerá en nuestras
almas todos los pensamientos acerca de nosotros mismos.
Es Nuestro Señor quien otorga el nombre. Cambió los nombres de sus
discípulos. A Simón lo llamó Cefas, a Santiago y Juan los llamó 'Hijos del
Trueno'. El acto reclamaba autoridad y designaba una nueva relación con Él.
Ambas ideas se transmiten en la promesa:
“Le daré... un nuevo nombre escrito”.
Pero recordemos que la transformación se mantiene fiel a la dirección
iniciada, y el proceso de cambio debe comenzar en la tierra. Aquellos que ganan
el nuevo nombre del cielo son aquellos de quienes se pudo decir verdaderamente,
mientras llevaban el antiguo nombre de la tierra:
“Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura”.
Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Jackson Altez M.T.S.
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