Sunday, August 27, 2023

El nuevo nombre en la piedra blanca


 

Al vencedor, conferiré una piedra blanca, y sobre la piedra estará inscrito un nuevo nombre, que nadie conoce sino aquel que lo recibe. - Apocalipsis 2:17

 

Hay mensajes bíblicos ocultos a los ojos de aquellos que no pueden ver más allá del simple significado del texto. Los profundamente dedicados a entender el simbolismo de las expresiones, se adentra en la esfera espiritual donde Jesús, eximio Maestro, sublimó la enseñanza de lo eterno a través de lo lógico; por ejemplo: en el pasaje completo que culmina con la frase: "Así que, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande es la oscuridad!"

Los discípulos recibieron la enseñanza, y la aplicaron cada uno de acuerdo a su personalidad. Juan, el receptor de Apocalipsis, se impregnó superlativamente de lo inspirado por el autor, por el mismísimo Verbo, el Logos. Así, su mente, corazón y alma trabajaron incorporando en las expresiones, para hacerlas inteligibles; objetos, ideas y cosas, algunas tomadas prestadas del Antiguo Testamento, y otras, de la multicultural civilización en que vivió. El “discípulo que el Señor amaba” expresó lo que sabía y atestiguó lo que había visto.

La piedra blanca.

El color blanco representa pureza, brillo, santidad. Esta piedra tiene las características de una joya. En su superficie está escrito el nuevo nombre del receptor. Todo lo viejo quedó atrás, todo está hecho nuevo, el nombre no está relacionado con la vida anterior, la vieja, la que se dejó con el cuerpo. Este nombre es lo que Dios ve en el nuevo hombre, en el individuo con el cuerpo glorificado, y solo el Creador conoce a cada uno profundamente. Por eso el nombre que nadie conoce. El que lo recibe sabe que es para él porque contiene místicamente su nueva personalidad, la comunicación, el mensaje de Dios a la nueva criatura.

¿A quién se le otorga este nombre? Al vencedor. ¿Cuándo se le otorga? Cuando ha vencido. ¿Acaso Dios no sabe entonces qué va a llegar a ser un hombre? Sí, tan cierto como ve el roble que está escondido en el corazón de la bellota.

Entonces, ¿por qué espera hasta que el hombre se haya convertido en un vencedor antes de decidir cuál será su nombre?

Dios conoce su nombre desde el principio. Pero el hombre tiene que convertirse en ese nuevo ser, tiene que evolucionar a lo que el Todopoderoso, omnisciente ya conoce desde antes de la fundación del mundo. Abraham no sabía que Dios iba a parar su brazo cuando bajaba con el cuchillo al corazón de Isaac, Dios sí. Pero el patriarca tenía que vivir el alcance de su fe. 

El hombre solo se da cuenta del perdón en el arrepentimiento; de la misma manera, solo cuando el hombre se ha convertido en su nombre, Dios le entrega la piedra con el mismo grabado, porque solo entonces puede entender lo que significa.

El morir a nosotros mismos debe suceder antes de la muerte natural. Y el sufrido proceso de la vida debe conducirnos por los valles de muerte a las montañas de victoria que jalonan nuestro deambular por este mundo terrible. Ese es nuestro sacrificio, nuestra sangre derramada en pos de lo supremo. Aprende cada uno a amar al Padre en una forma diferente a su hermano, a su prójimo, es su relación personal con el Padre, con fracasos, renuncias, y en cada uno de ellos, la misericordia restañando, sanando, santificando. Para cada uno, Dios tiene una respuesta diferente. Con cada hombre tiene un secreto, el secreto del nuevo nombre. En cada hombre hay una soledad, una cámara interior, su vida peculiar en la cual solo Dios puede entrar.

Al ser creado por Él, cada hombre está aislado con Dios; cada uno, en cuanto a su particular creación, puede decir "mi Dios"; cada uno puede venir a él solo y hablar con Él cara a cara, como un hombre habla con su amigo. Cada uno tiene en su interior el secreto de la Divinidad; cada uno está creciendo hacia la revelación de ese secreto para sí mismo, y así, hacia la plena recepción de lo divino.

Cuando caigamos en la cuenta de lo que Él piensa de nosotros se desvanecerá en nuestras almas todos los pensamientos acerca de nosotros mismos.

Es Nuestro Señor quien otorga el nombre. Cambió los nombres de sus discípulos. A Simón lo llamó Cefas, a Santiago y Juan los llamó 'Hijos del Trueno'. El acto reclamaba autoridad y designaba una nueva relación con Él. Ambas ideas se transmiten en la promesa:

“Le daré... un nuevo nombre escrito”.

Pero recordemos que la transformación se mantiene fiel a la dirección iniciada, y el proceso de cambio debe comenzar en la tierra. Aquellos que ganan el nuevo nombre del cielo son aquellos de quienes se pudo decir verdaderamente, mientras llevaban el antiguo nombre de la tierra:

“Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura”.

 Bendiciones

 Tu hermano en Cristo

 Roosevelt Jackson Altez  M.T.S.

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