“El
que tiene oídos para oír, oiga.” Mateo 13:9
-¡Un momento! Piensas tú.
-¡Que los ciegos pueden oír, lo que no pueden es ver!
Tienes razón y mucha.
Es más, los ciegos no oyen, los ciegos ESCUCHAN.
Los que están privados del sentido de la vista prestan
mucha atención a todo lo que les entra por el oído.
Repasemos este artículo del sitio http://www.plusesmas.com:
“¿Qué ocurre con
las personas a las que le falta un sentido?
¿Los ciegos oyen
mejor? ¿Los sordos tienen mejor vista?
Descubre qué
sucede cuando nos falta un sentido.
Una persona que
carece de un sentido aprende a desarrollar los otros cuatro organizando su
actividad sensorial de otro modo, sin olvidar que cuanto más se estimula una
neurona más conexiones se crean y más se refuerzan las áreas correspondientes
del cerebro. Por ejemplo, un invidente de nacimiento tiene un olfato, una
capacidad de audición y un sentido del tacto extremadamente desarrollados y una
conciencia muy sutil de su cuerpo en el espacio. Un médico contaba, por
ejemplo, que a uno de sus pacientes, ciego, le bastó dar tres pasos para darse
cuenta de que se había cambiado la moqueta de la consulta: el contacto bajo las
suelas de sus zapatos era distinto.
Esta
reorganización sensorial es más difícil para las personas que pierden la vista
por accidente o tras una enfermedad. Al haber utilizado relativamente poco su
sentido del olfato o del tacto, tendrán mayores dificultades para reactivar las
zonas correspondientes: ¡una neurona estimulada crea conexiones, pero sin
estímulos se atrofia!”
Las personas “normales”, los que tenemos los cinco
sentidos funcionando, hemos dejado de ver, y nuestra capacidad de hablar supera
largamente a la de oír. En consecuencia, todo lo que ha sido puesto en el
universo por Dios para ser disfrutado, lo desaprovechamos.
Por ejemplo, el ruido de la lluvia, o su placentero
susurro sobre los techos. Los pájaros de mañana temprano, la brisa cuando nos
acaricia el rostro o mueve con delicadeza las hojas de los árboles. Las olas
del mar, cuando suben lentamente por la arena, y retroceden sin violencia. El
mismísimo silencio, que sin ser absoluto, aquieta nuestro ser interior.
¿Me sigues?
Nos estamos perdiendo todas esas maravillas y las
estamos sustituyendo por la música estridente, por los escapes de motos y
automóviles preparados para roncar estrepitosamente, por gritos de ira, por
exclamaciones de violencia, por todo tipo de reclamos, por noticias
desagradables en la radio, por discusiones sobre tal o cual asunto, que
supuestamente debemos saber y estar preparados para opinar: que si el Papa se
fue a Castelgandolfo, o el Presidente de Bolivia quiere líos con Chile, o si un
basquetbolista retirado juega a la diplomacia con el alienado gobierno de Corea
del Norte.
Y nuestra mente se llena de basura, dejamos de pensar,
dejamos de vivir, literalmente.
¿Vamos a escuchar la voz de Dios, cuando no escuchamos
la persona que vive al lado nuestro, bajo el mismo techo?
-Imposible.
Pero los ciegos escuchan, y escuchan atentamente.
Su sensibilidad es, en gran medida, mayor que la
nuestra.
Tal como el oído de los perros puede escuchar silbatos
a una frecuencia inaudible para nosotros, el ciego escucha ruidos, sonidos,
voces, que los seres “normales” hemos perdido la habilidad de percibir.
Y en toda esta prisa por absorber todo, nos perdemos
lo mejor. En principio, porque ya no tenemos la capacidad de discernir lo que
es lo mejor.
Nos ocupamos de lo superficial, extraviados en un
mundo que pugna por dar importancia a lo intrascendente.
Si, lo que no trasciende, lo que no importa más allá
de la hora siguiente, del día de mañana. Y compramos cosas que creemos que
necesitamos, que yacen tiradas en un rincón de la casa; pero no escuchamos a
los jóvenes, que tristemente se esconden en rincones de callejuelas sucias, se
refugian entre otros jóvenes, ciegos guiando a ciegos.
¿Es su culpa?, no, es culpa de esta vorágine de
tecnología, este desborde de información que nos ahoga, de las generaciones del
último siglo, que comenzaron a montarse en sus coches “Ford” por los años
veinte, que continúan (continuamos) apresurándonos hasta para dormir, y que no
podemos hoy salir a la calle sin el “celular”.
El libro de Daniel lo profetiza en este pasaje: “Pero
tú, Daniel, mantén estas palabras en secreto y sella el libro hasta el tiempo
del fin. Muchos correrán de un lado para otro, y la ciencia irá en aumento”
Daniel 12:4
Cerremos los ojos por un momento, y tratemos de
escuchar.
Dios nos puso un oído de cada lado de la cabeza, pero
nos dio una sola lengua y un solo sistema de cuerdas vocales.
¿Será su voluntad que escuchemos el doble de lo que
hablamos, o que hablemos la mitad del tiempo y nos dediquemos a oír?
Bendiciones
Tu hermano en
Cristo
Roosevelt J.
Altez
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