Tuesday, March 5, 2013

Los ciegos oyen




“El que tiene oídos para oír, oiga.” Mateo 13:9

-¡Un momento! Piensas tú.
-¡Que los ciegos pueden oír, lo que no pueden es ver!
Tienes razón y mucha.
Es más, los ciegos no oyen, los ciegos ESCUCHAN.
Los que están privados del sentido de la vista prestan mucha atención a todo lo que les entra por el oído.
Repasemos este artículo del sitio http://www.plusesmas.com:

“¿Qué ocurre con las personas a las que le falta un sentido?
¿Los ciegos oyen mejor? ¿Los sordos tienen mejor vista?
Descubre qué sucede cuando nos falta un sentido.
Una persona que carece de un sentido aprende a desarrollar los otros cuatro organizando su actividad sensorial de otro modo, sin olvidar que cuanto más se estimula una neurona más conexiones se crean y más se refuerzan las áreas correspondientes del cerebro. Por ejemplo, un invidente de nacimiento tiene un olfato, una capacidad de audición y un sentido del tacto extremadamente desarrollados y una conciencia muy sutil de su cuerpo en el espacio. Un médico contaba, por ejemplo, que a uno de sus pacientes, ciego, le bastó dar tres pasos para darse cuenta de que se había cambiado la moqueta de la consulta: el contacto bajo las suelas de sus zapatos era distinto.
Esta reorganización sensorial es más difícil para las personas que pierden la vista por accidente o tras una enfermedad. Al haber utilizado relativamente poco su sentido del olfato o del tacto, tendrán mayores dificultades para reactivar las zonas correspondientes: ¡una neurona estimulada crea conexiones, pero sin estímulos se atrofia!”

Las personas “normales”, los que tenemos los cinco sentidos funcionando, hemos dejado de ver, y nuestra capacidad de hablar supera largamente a la de oír. En consecuencia, todo lo que ha sido puesto en el universo por Dios para ser disfrutado, lo desaprovechamos.
Por ejemplo, el ruido de la lluvia, o su placentero susurro sobre los techos. Los pájaros de mañana temprano, la brisa cuando nos acaricia el rostro o mueve con delicadeza las hojas de los árboles. Las olas del mar, cuando suben lentamente por la arena, y retroceden sin violencia. El mismísimo silencio, que sin ser absoluto, aquieta nuestro ser interior.
¿Me sigues?
Nos estamos perdiendo todas esas maravillas y las estamos sustituyendo por la música estridente, por los escapes de motos y automóviles preparados para roncar estrepitosamente, por gritos de ira, por exclamaciones de violencia, por todo tipo de reclamos, por noticias desagradables en la radio, por discusiones sobre tal o cual asunto, que supuestamente debemos saber y estar preparados para opinar: que si el Papa se fue a Castelgandolfo, o el Presidente de Bolivia quiere líos con Chile, o si un basquetbolista retirado juega a la diplomacia con el alienado gobierno de Corea del Norte.
Y nuestra mente se llena de basura, dejamos de pensar, dejamos de vivir, literalmente.
¿Vamos a escuchar la voz de Dios, cuando no escuchamos la persona que vive al lado nuestro, bajo el mismo techo?
-Imposible.
Pero los ciegos escuchan, y escuchan atentamente.
Su sensibilidad es, en gran medida, mayor que la nuestra.
Tal como el oído de los perros puede escuchar silbatos a una frecuencia inaudible para nosotros, el ciego escucha ruidos, sonidos, voces, que los seres “normales” hemos perdido la habilidad de percibir.
Y en toda esta prisa por absorber todo, nos perdemos lo mejor. En principio, porque ya no tenemos la capacidad de discernir lo que es lo mejor.
Nos ocupamos de lo superficial, extraviados en un mundo que pugna por dar importancia a lo intrascendente.
Si, lo que no trasciende, lo que no importa más allá de la hora siguiente, del día de mañana. Y compramos cosas que creemos que necesitamos, que yacen tiradas en un rincón de la casa; pero no escuchamos a los jóvenes, que tristemente se esconden en rincones de callejuelas sucias, se refugian entre otros jóvenes, ciegos guiando a ciegos.
¿Es su culpa?, no, es culpa de esta vorágine de tecnología, este desborde de información que nos ahoga, de las generaciones del último siglo, que comenzaron a montarse en sus coches “Ford” por los años veinte, que continúan (continuamos) apresurándonos hasta para dormir, y que no podemos hoy salir a la calle sin el “celular”.
El libro de Daniel lo profetiza en este pasaje: “Pero tú, Daniel, mantén estas palabras en secreto y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de un lado para otro, y la ciencia irá en aumento” Daniel 12:4
Cerremos los ojos por un momento, y tratemos de escuchar.
Dios nos puso un oído de cada lado de la cabeza, pero nos dio una sola lengua y un solo sistema de cuerdas vocales.
¿Será su voluntad que escuchemos el doble de lo que hablamos, o que hablemos la mitad del tiempo y nos dediquemos a oír?

Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt J. Altez


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