Toda joya, prenda de oro, u objeto
precioso, cuando es nuevo, tiene ese brillo especial de recién acabado. El
diamante permanece en su apariencia pura por más tiempo, pero, al contacto con
el aire y sus impurezas también se opaca.
No sabemos a ciencia cierta la
apariencia de Adán, pero tenemos indicios que su inocencia, su candidez, y el
cuidado que pudo el Creador al hacerlo, lo hacía excepcionalmente bueno: “Y vio
Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” Génesis
1:11
Dice el versículo 3:8 de Génesis,
que Dios se paseaba por el huerto (Edén), al aire del día. EL original en
hebreo implícitamente señala que era un paseo cotidiano. Dios estaba educando a
su hijo sin prisas, disfrutando de la criatura, ignorante en su inocencia; que no
tenía miedo, y todo era nuevo, asombroso. Dios le iba mostrando plantas,
animales, toda la creación, enseñándole, encomendándole la tarea de nombrarlos.
Fue en ese caminar diario que les mostró el árbol de la vida y el de la ciencia
del bien y del mal.
Tal como la joya nueva, pulida, el
ser creado brillaba en su inocencia y tenía acceso a la gloria de Dios,
inmaculada, perfecta, sin mancha.
La desobediencia trajo el castigo,
la caída, y todo se precipitó. El primer hombre perdió el brillo del candor,
manchado por el conocimiento del mal, del pecado.
Pasa el tiempo y llegamos a
Moisés, quien se reúne con Dios en el monte Sinaí, a recibir los mandamientos. Y
al descender mostraba algo muy peculiar, Lo vemos en Éxodo 34:29: Y aconteció que descendiendo Moisés
del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del
monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo
hablado con Dios.
Debemos enfatizar que la gloria de
Dios, compuesta por todos sus atributos. En una definición acertada, de acuerdo
al contenido bíblico como un todo, Bavinck dice que la Gloria de Dios es: “El
esplendor y brillantez, asociado e inseparable con todos los atributos de Dios,
y su auto revelación de su naturaleza y Gracia, la forma gloriosa en la cual se manifiesta invariablemente a sus
criaturas”.
La inconmensurable pérdida de la
gracia divina en la desobediencia de Adán, nos arrastró a tal estado de corrupción,
que perdimos completamente nuestra relación con la Divinidad. Por pura
misericordia se apiadó de nosotros, y atravesamos el Diluvio con Noe y sus
hijos. Y luego, en “los lomos de Abraham” fuimos elegidos el Pueblo de Dios.
Israel, rebelde, desobediente e
idólatra, casi es exterminado, pero Moisés intercede y nos salva.
Es en el rostro del patriarca que el
resplandor de la Gloria del Todopoderoso aparece y asombra al pueblo acampado a
los pies del Monte Sinaí.
EL Creador reitera en el resplandor
del líder que el hombre fue hecho a Su imagen y semejanza.
El comentarista Ellicot
acertadamente afirma:
“El don fue perdido debido a la caída y no será
restaurado en general hasta el momento de la restauración de todas las cosas.
Sin embargo, mientras tanto, de vez en cuando, Dios se complace en restituir a alguno
de Sus santos la gloria
física, que es el símbolo de la pureza interna y la santidad, como lo hizo con
Moisés en esta ocasión y posteriormente con Elías en el monte de la
transfiguración.
También a Esteban. cuando compareció ante el Sanedrín (Hechos 6:15). Una
gloria de esta índole, pero de una brillantez superlativa, era parte de la naturaleza humana de nuestro
bendito Señor, quien normalmente la ocultaba, pero permitió que se manifestara
temporalmente en la transfiguración, y de manera permanente después de Su
ascensión (Apocalipsis 1:16; 10:1; 21:23; 22:5).
Es posible que la concesión de este privilegio a Moisés fuera necesaria
para respaldar su autoridad entre un pueblo con inclinaciones mundanas e
idólatras como los israelitas”.
Recién descendido del monte de la visión, donde
había contemplado tanto
de la gloria de Dios como era accesible al hombre, le quedó un destello de Su luz y una extraña luminosidad se
posó en su rostro, invisible para él mismo pero perceptible para todos los
demás.
Así, la belleza suprema del carácter surge de contemplar a Dios y hablar
con Él, y quien la porta no es consciente de ello.
Este brillo perdido, nos será
restaurado con la glorificación del cuerpo en la primera resurrección.
Finalizamos nuestra reflexión como lo explica Pablo, el apóstol, en 2
Corintios 3:7-11:
“Y si el ministerio de muerte grabado con letras
en piedras (las tablas con los mandamientos) fue con gloria, tanto que los hijos de Israel
no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su
rostro, la cual había de perecer,
¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?
Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más
abundará en gloria el ministerio de justificación. Porque aun lo que fue
glorioso, no es glorioso en este respecto, en comparación con la gloria más
eminente.
Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que
permanece”.
Bendiciones
Tu hermano en Cristo
Roosevelt Jackson Altez M.T.S.
Escríbenos a: edicionesdelareja@gmail.com
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