Mirad los campos
“He aquí os digo: Alzad vuestros
ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”. Juan 4:35
Este versículo forma parte del Capítulo
4 del Evangelio de Juan, cuyo tema central es el encuentro con la mujer samaritana.
La historia contiene varias
enseñanzas, entre ellas, y partiendo de la evangelización de los samaritanos, Jesús
nos muestra que la cosecha está lista. Desde hace dos mil años.
Un breve racconto del encuentro: El Maestro iba a pasar por Sicar,
de Samaria porque, según Él, le era necesario hacerlo.
Se detuvo en el pozo de Jacob, donde toda la ciudad se abastecía de agua. Allí llegó la mujer samaritana, y se estableció
el diálogo entre ambos. Los discípulos aparecieron, la mujer tomó el cántaro y
volvió a la ciudad a contar a todos lo acontecido.
Los discípulos le rogaron a Jesús
que comiera. En su explicación sobre cual era la verdadera comida, es que les dijo:
“Yo tengo una comida que
comer, que vosotros no sabéis.”
Entrando de lleno en el asunto,
vemos desde el principio del evangelio, que los discípulos no se separaron de
Cristo desde su reclutamiento. Habían dejado todo para seguirlo; caminaban por
donde caminaba, escuchaban todo, dormían donde Él dormía. Tanto es así, que,
para retirarse a orar, esperaba que ellos cerraran sus ojos y pasando
silencioso por encima de ellos, se iba a la montaña.
Si leemos el capítulo sin perder
de vista el cometido, esto es, continuamente discipular a los doce, lo entenderemos
mejor.
¿A qué
vino Jesús?
Muchos dirán, a morir por
nuestros pecados para salvarnos. Y es verdad, aunque el propósito es más
acertado; es simplemente: “a salvar lo que se había perdido”. Mateo 18:11
Su muerte era imprescindible,
pero si decimos que vino a morir, entonces nos adelantamos a la traición judía,
fue después de ser rechazado y traicionado por los suyos que murió, que fue
ejecutado.
Seguramente vino a cumplir la
profecía de Génesis 3:15. Desde la misma, surgen otras razones: para revelar a
Dios; para mostrarnos el Reino de los Cielos, para realizar el trabajo al que
Dios le envió, a derrotar a Satanás, a triunfar sobre la muerte, a pagar por el
pecado de todos, para hacer posible su segunda venida.
Pero (los odiosos peros), todo,
incluso el beneficio de su muerte, hubieran sido en vano, si el mensaje desaparecía
luego de la cruxificción.
Sin priorizar las razones, Jesús
armó, fundó y probó, o podemos decir instituyó, a Su Iglesia, la que va a
desposar al fin de los tiempos. “Tu eres Pedro (Cefas) y sobre esta roca
edificaré mi iglesia” Mateo 16:18
Sin los doce apóstoles, a los que
encargó la gran comisión, y les ordenó esperar hasta recibir la promesa, el
Espíritu Santo, no habría cristianismo.
Tanto es así que Juan, el evangelista,
enseguida de el bautismo de Cristo, oficiado por Juan el bautista, comienza a
relatar el reclutamiento de los doce.
Aunque estos, en las bodas de
Caná eran solo cuatro, el número creció hasta doce, y hasta setenta, pero muchos
luego lo abandonaron.
Cada paso que el Maestro daba era
una enseñanza. Muchas preguntas no eran contestadas directamente, sino por
parábolas o hechos. Pero siempre estaban allí, viendo, siendo testigos,
aprendiendo.
Tal es el caso de evangelización a
través de la mujer samaritana.
Puntualicemos el pasaje para no omitir nada:
1) El Señor se sentó a descansar
junto al pozo de Jacob, fuente de agua natural, que luego iba a comparar con el
agua de vida del Espíritu Santo. Su
cansancio era humano, la escena quedó grabada en la mente de Juan. Lo vio
exhausto en el pleno mediodía del desierto, mientras ellos iban a la ciudad a
buscar comida. Desde esa ubicación se narra el episodio completo.
2) La mujer samaritana era,
obviamente, mujer, y de los samaritanos. Los antiguos, las leyes rabínicas, no
consideraban digna a la mujer para conversar con hombres, A su vez los
samaritanos eran impuros, tanto que los fariseos, saduceos, y los judíos en
general, daban un rodeo para no entrar en Samaria. Jesús mostró que la
salvación era accesible para todos (aunque la prioridad fueran los suyos: “a
los suyos vino y no le recibieron”).
3) ̶ “Dame de beber” comienza el dialogo, uno
semejante al que tuvo con Nicodemo, aunque los interlocutores eran diferentes. El
desarrollo de la conversación fue similar. El método usado, develar poco a poco
la verdad a un alma susceptible, sensible al mensaje. Una pista y un símbolo,
haciendo crecer los indicios hasta revelarse Él mismo. Lo nacido del agua y del
Espíritu, le dijo a Nicodemo. La fuente de agua interior, a la mujer
samaritana, un agua que aplacaría para siempre su sed.
4) El aparente sediento del agua
del pozo era el gran benefactor, el Redentor. En la declaración del Maestro, el
que pide, es el que da en abundancia, Los papeles se revierten, y la mujer
entiende, como lo hicieron los discípulos de Emaús con el corazón ardiendo.
Como lo hizo Nicodemo, como le sucedió a Pedro en la pesca milagrosa, como el
centurión romano, que supo de la autoridad que lo investía, debajo de la
humilde túnica. ¿No es esa la secuencia de hoy día? ¿no se abren los ojos de
los sensibles receptores? ¿No es en el momento de aceptar a Cristo, de mente y
corazón, que nace la nueva criatura?
5) El Señor aclaró que, aunque la
salvación venía de los judíos, Dios buscaba adoradores en Espíritu y en verdad,
sin lugar físico, sin raza, sin distinción de persona. Siempre respetando la
ley y los profetas.
6) Ella esperaba al Mesías, como
otros pueblos del medio oriente. Se mencionan catorce naciones en el discurso
de Pedro, desde el aposento alto, en Hechos 2:9-11.
7) Cristo dio prioridad a la
evangelización hasta por sobre las necesidades naturales del cuerpo, tal como comer
y beber agua.
8) Con la representación en
tiempo real de la mujer yendo a anunciar las buenas nuevas, y el excelente
resultado obtenido, mostró a sus discípulos el mensaje y su poder.
9) Finalmente les pregunta usando
un refrán muy común en la época: ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para
que llegue la siega?
Aparentemente no había sembrado listo
todavía (almas dispuestas a escuchar). Pero Jesús les mostró que, en las más
singulares circunstancias, la oportunidad asoma; y lo que es mas importante,
“los campos están blancos”, esto es, la cosecha está lista.
No sólo el Evangelio de Juan, los
tres sinópticos muestran al Maestro en toda su dimensión, formando los
discípulos que habrían de hacer, a su vez, “discípulos en todas las naciones”.
Es la Iglesia formada en la Roca
que desecharon los edificadores, desde el pedrusco Cefas, Petrus o Pedro, el
líder de los doce.
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Te saluda tu hermano en Cristo:
Roosevelt Jackson Altez
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