Wednesday, February 8, 2023

Había una vez…, más allá del tiempo

 

Había una vez...


 ¿Cuántas historias comienzan así? ¿Conoces alguna?

“Había una vez, en un lugar altísimo, de imposible acceso por las escarpadas montañas que la rodeaban, una ciudad.

Construida de oro y piedras preciosas, refulgía inigualable; nunca se vio otra ni siquiera similar a su belleza. Los cimientos eran de jaspe, zafiro, ágata, esmeralda y ocho tipos más piedras preciosas, enormes y de colores límpidos. Las puertas de la ciudad eran de perlas y sus calles de oro puro, transparentes como vidrio.

Sus habitantes eran felices y una absoluta paz reinaba, porque entre ellos la armonía era perfecta. No existía la tristeza y no conocían las lágrimas, nadie tenía recuerdos desagradables y el amor era el lo que movía las relaciones de sus habitantes. Imbuidos en amor, por fuera, por dentro, transcurrían en armonía perfecta. El amor era la fuente de luz. No había noche.

Guardaban la entrada de la ciudad espadas relucientes, que aterraban a los que querían acercarse a curiosear”

Un bello comienzo para cualquier epopeya, leyenda, o ¿por qué no? realidad.

Pero, si la ciudad existió, existe, o existirá: ¿Quién la vio? ¿Huyó quizás algún habitante a los lugares bajos? y si huyó ¿Cuál fue la razón de alejarse de tal perfección?

El Creador, valga la redundancia, creó. Y allí el pulgar de Dios apretó el cronómetro nuevecito que había construido a los efectos. Y el tiempo comenzó: tic toc tic toc. Al Hacedor de todo no lo afecta. Es eterno. Así que, si la ciudad existió, existe o existirá, no es relevante, porque está fuera de la dimensión temporal.

 

El que de arriba viene, es sobre todos.

Leamos este pasaje del evangelio de Juan 3: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos.  Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, este atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano.

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; …pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”

 La pregunta de quién la vio tiene la velada intención de hacernos pensar.

Nadie pudo hacerlo porque es imposible llegar, es inaccesible, entre otras cosas porque su dimensión es invisible a los ojos humanos.

Alguien vino de arriba, eso es verdad, el Cristo.  Lo que Él dijo fue lo que El Padre le mandó decir.

Y los de la tierra no podemos dilucidar las cosas celestiales, no podemos entender la eternidad, ni la perfección, no podemos discernir la justicia ni el amor absoluto, no podemos percibir la incorrupción, porque en esencia, nacemos corruptos. Vivimos en un cuerpo corrupto que volverá a la tierra, enseguida después que el espíritu -el alma-, lo abandone.

Como dijo David, refiriéndose al nacimiento humano: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” Salmo 51:5

No podemos entender lo que no hemos visto. Lo que es arriba, lo podemos vislumbrar con comparaciones a lo de este mundo: cristal, oro, piedras preciosas. Lo inmaterial como la paz y el amor, lo conocemos muy pobremente, y en forma parcial. Salvo que demos entrada al Espíritu, que abramos un espacio en nuestra mente y nuestros corazones para que lo celestial nos sea explicado desde dentro de nosotros mismos.

Nicodemo pasó por esa experiencia, luego que aquel Cristo que fue a ver oculto por la noche le dijera: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” el anciano maestro de la ley trata de digerir la extraña afirmación, y sólo atina a preguntar, entre tonto e irónico: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”

Y claro, Cristo es El Maestro y conoce lo Eterno, desde que fue la propia mano de Dios, y la inspiración del Espíritu Santo la que llevó a que la Palabra fuera escrita en su totalidad. El otro (Nicodemo) es maestro terrenal, educado por maestros terrenales, que conocen sólo lo de la tierra.

Es inútil tratar de convencer a alguien que usa la Palabra de Dios como base para refutar, discutir y desacreditar. O lo que es peor, que apenas ha leído pasajes aislados, para ridiculizar o echar por tierra el contenido.

Lo que Jesús afirma tiene autoridad, por quien lo dice, por quien lo envió a decir y por quien lleva el mensaje más allá de las palabras al corazón del oyente.

Fue el Espíritu el que convenció a Nicodemo. Cristo estaba lleno del Espíritu Santo.

¿Queres ver la Nueva Jerusalén? ¿La ciudad Santa descrita en Apocalipsis 21? ¿Quieres pasar de muerte a vida?

Escucha el ultimo versículo del capítulo 21 de Apocalipsis: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero”

Ahora te toca a tí. La elección es muerte o vida.

Para morir no tienes que hacer nada, solo esperar que llegue el momento.

Para vivir, entiende, escucha y acepta a Cristo. Sin ritos, sin fanfarria, sin engaños sin palabras vanas ni intermediarios de dudosas intenciones.

Es entre El y tu. 

 

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Te saluda tu hermano en Cristo:

Roosevelt Jackson Altez

Puedes comentar o escribirnos a edicionesdelareja@gmail.com

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