Cuidado con lo que pides...
El
Señor le dijo a Samuel: "Obedece la voz del pueblo en todo lo que te
digan, porque no te han rechazado a ti, sino a mí, para que no reine sobre
ellos. Según todas las cosas que han hecho desde el día en que los saqué de
Egipto hasta hoy, abandonándome y sirviendo a otros dioses, así también te
están tratando a ti. Ahora, obedece su voz; solo adviérteles solemnemente y
muéstrales las prácticas del rey que reinará sobre ellos".
1
Samuel 8:7-9
¿Alguna vez has deseado algo,
trabajado por ello, lo has conseguido y luego te has dado cuenta de que estás
peor que antes? Tarde o temprano, la mayoría de nosotros descubrimos que no
todo lo que brilla es oro, y por eso debemos tener cuidado con lo que deseamos,
por lo que trabajamos y por lo que anhelamos.
En el octavo capítulo de 1 Samuel,
el pueblo de Israel tenía muy claro lo que necesitaba. Y así pidieron e
insistieron en "tener un rey que nos gobierne, como tienen todas las
naciones" (1 Samuel 8:5). Pero al hacerlo, esencialmente rechazaron a Dios
como Rey. Ya no querían ser conocidos como un pueblo santo y una nación
distintiva. En cambio, deseaban liberarse del gobierno perfecto de Dios y ser
absorbidos por la cultura circundante.
Ante esta petición, Dios les hizo
una advertencia solemne: ¡Cuidado con lo que pides!
Él les daría lo que querían, pero su
disposición para otorgarles un rey resultaría ser un acto de juicio por su
solicitud insensata y falta de fe. Un rey tomaría a sus hijos como
soldados y siervos (1 Samuel 8:11-14). Se llevaría sus mejores posesiones (v.
15).
Lo peor de todo, dijo:
"Llegarán a ser sus esclavos" (v. 17).
En el libro de Romanos, Pablo relata
la necedad de la humanidad que se manifiesta desde el Jardín del Edén a lo
largo de toda la historia del mundo: aunque reconocemos que hay un Dios, no lo
honramos y en cambio intercambiamos su gloria por ídolos que consideramos
mejores (Romanos 1:21-23).
"Y como no aprobaron tener en cuenta a
Dios, Dios los entregó a vivir según sus pasiones y deseos, y a sufrir las
consecuencias naturales de sus elecciones” (vv. 28-31). El juicio presente de Dios no se
ve en negarle a la humanidad lo que queremos, sino en permitirnos tenerlo. El
pecado es su propia pena.
Qué fácil es declarar, ya sea con
nuestros labios o a través de nuestras decisiones y acciones, que ya no
queremos vivir bajo el reinado de Dios, que queremos ser libres para ser
nosotros mismos y tomar nuestras propias decisiones sobre quiénes somos, lo que
tenemos y en qué creemos.
Pero la bondad de Dios se manifiesta
en no darnos lo que creemos imprescindible sino lo que necesitamos.
Después de mostrarles con el rey
Saúl la inseguridad y la decepción que traería el rey que querían, Dios le dio
a Israel el tipo de rey que no habían pedido pero realmente necesitaban: David.
Y hoy nos ofrece al Salvador y Señor que nunca hubiéramos pedido, pero que
desesperadamente necesitamos. Así que, al considerar lo que quieres en la vida,
recuerda esto: Dios ya te ha dado lo que más necesitas al darnos a su Hijo. Y
su bondad no se ve solo en lo que da, sino en lo que retiene, porque Él sabe
mejor que tú lo que realmente necesitas en tu vida.
Esta reflexión apareció el 28 de
Mayo en “True for Life”. La hemos traducido y adaptado.
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Te saluda tu hermano en Cristo:
Rev: Roosevelt Jackson Altez
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